¡Maldito el destino que te puso en mi camino y maldito tú, por haber huido de
él! Pues desde aquel instante, no logro sacarte de mi mente. Has echado raíces en
mi cabeza y te has enredado entre mis delirios. Haciendo así que, día tras día,
me pregunte impaciente dónde has ido y dónde irán a parar tus versos.
Posiblemente lleguen a oídos de gentes nobles e ilustres soñadores… Es un
hecho que tu talento no podía seguir enjaulado. Lástima que no entendieras cómo
otros llegaban a apreciarlo. Ya que, en mí, tu palabra hacía del mar turbio, la
calma.
Tal vez, en otra época, el caprichoso destino cambie de rumbo hacia lo
perdido. En busca de tu retórica o cualquier otro resto de tu arte prohibido.
Así, permitiéndome sentir de nuevo alguno de tus versos, aunque no sean
correspondidos. Mientras tanto, ahora, me resigno a permanecer en el olvido…
En tu olvido.