Más de una ocasión, perdí la cabeza pensando en los demás. Me preocupé por hacer de cada día una fantasía. Quise que todos fueran felices. Fui perfecta por unos días. Pero, tanta perfección cansa. Te quema por dentro e impide que seas tu. Te limita e, inevitablemente, te cambia. Y eso, la verdad, no es tan agradable como parece.
Aquellos días, todas las personas de mi alrededor habían conseguido lo que querían y no pensaron si yo también lo había logrado. Y aún no lo se. Conseguí lo que me propuse, hacerles felices. Pero, lamentablemente, yo no lo era. Todo me parecía demasiado aburrido, demasiado... perfecto. Es entonces cuando me di cuenta. Me había perdido a mi misma. Mi "esencia" se había desvanecido. La ironía, la gracia, la locura y la imaginación que me caracterizaban ya no estaban. Me había olvidado de ser feliz.
¡Y no dejaré que vuelva a ocurrir!
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